Estoy en Uruguay desde el pasado jueves. Esperaba que la lejanía mitigase el dolor de la nueva derrota como visitantes que se preveía, pero el hecho de estar por acá con el amigo Joaquín Dholdán ha logrado que la tragedia la hayamos vivido como si hubiésemos presenciado el partido en el mismísimo Alcoraz. Qué desastre. A Joaquín, la policía uruguaya le llamó la atención, porque al finalizar el encuentro se daba chocazos en la cabeza contra la puerta de la Ciudadela, monumento nacional, tal era su desesperación. Luego, cuando explicó lo que le pasaba, los mismos policías se abrazaron a él, lloraron de pura compasión y le mostraron su solidaridad. Hasta tal punto fueron cariñosos, que incluso nos ofrecieron una pistola para acabar de una vez con nuestra angustia vital. […]
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